Leila

¿Te marchaste o te llevaron?
Me han quedado miedos cuando veo que te vas. Me llenó de miedo tu partida, temo terminar así como terminas, tan callada y flaca, como si la muerte se tragara tu vida , bocado a bocado, lentamente. Morir a los cincuenta y tantos de una enfermedad que arrastre mis últimos días, pálidos y mezquinos, dejando poco recuerdo para la historia de los que se aliaron alguna vez a tu pelea.
Temo morir ajena a todo lo que duele y quema, a la actitud errante que se pierde sola. Ajena a sueños perseguidos, correteados, andados, perdidos y vueltos a encontrar. Morir sin esperanza alguna y sin fe. Morir arrepentida de no forjar mi batalla con coraje en cada puño y en cada herida. Arrastrar mientras muero lágrimas frías de un adiós necesario.
Deja te digo que mi espíritu vivo y joven no le teme al más allá que abraza todos los cuerpos que se vuelven nada;  ni al infierno ni a la gloria que insisten en proclamar. No le temo a la muerte, la muerte que no es nada mientras vivo, un fantasma de mala suerte (dicen) o una amiga (digo) que hoy calla el destino del día en que el respiro deje de ser.
Temo olvidar el lúgubre camino del que sangra y sufre, de callar con los que callan, con los que ignoran los gritos  de espanto que vagan sin cesar en días comunes. Temo esquilar el sueño ajeno y bogar sin fiel amor al mar abierto. Temo ser incauta en el desierto, prudente al amar, atenta al odio, taciturna en días férreos y adoloridos, ser proscrita del amor.
Temo Leila, no usar ese coraje descubierto en tus manos reventadas  que peleaba con la mediocridad mientras hablabas, sin convertir voluntad en historia.
Dime Leila, ¿a dónde vas?
A donde vayas no inmutable mujer  (te decías) te deseo buen viaje, y siendo mi latido sincero agradezco lo que aprendí alguna vez o que dejaste: fuerza, voluntad y coraje.
¿Sabes? tengo el sabor de un alimento necesario encontrado en tus palabras, un esfuerzo desgarrador en enseñar escenas de gran obra: imagen y palabra sabia incrustándose en mi espíritu; a pesar de que hoy te has convertido en una  escena fugaz, fugaz cuando se marcha como te has ido, ¿desconsolada u orgullosa? no se.
Debo confesarte que desde la platea en la que te pude observar aproveche tu luz para mis días tibios. Por ello será mi último deseo que sea tu muerte tu remedio y sea tu partida tu llegada a un parnaso mejor.
Pero hoy que ya no estas me ha dejado una pregunta tu ausencia, ¿te marchaste o te llegaron? Dime por favor que te has ido, que por descuido desocupaste tu gran lugar; déjame creer que nadie me observa y que en completa libertad puedo rectificar mis días fallidos.

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