El día cruje


Los días no descansan,
siempre en movimiento se acomodan solos,
como las ramas en el viento y las ranas en el agua.
Siguen su ruta,  y  falte quien falte el día avanza.
A veces cruje como acomodándose,
como rellenando los huecos de la existencia.
Los días no saben del “yo” freudiano ni del “nosotros” tojolabal,
no atienden la voluntad de nadie,
y no saben porque el saber es una idea humana de querer conocer,
y el día no quiere, el día ya lo conoce todo, nadie lo manipula.


Mientras nosotros lloramos una pérdida el día hace lo que le da la gana sin detenerse.
Estás y luego no estás, así de simple, así de crudo, así de insoportable.
Y aunque no me importa mucho saber tu cuerpo enterrado,
si me desgaja saber que tu risa no suena en el jardín y tu mirada tierna no despierta mis ojos apagados.
Es duro saber que el día continúa sin tu presencia,
sigue amaneciendo sin más, y sin dificultad el día nos levanta.


En este pueblo mal hecho,
había una constelación de flores con  árboles recién nacidos y viejos,
a donde nos gustaba llegar para quedarnos encantados en un espacio único.
Aquí el día era amable, gentil y mágico.
¿Qué más magia se puede pedir que una cotidianidad alegre?
Aquí logramos ser amigos sin compromisos familiares,
y ternuras sin compromisos ideales,
ya sólo nos quedaba transcurrir como lo hace el día.


Mientras el sol y la luna se turnan la presencia en las dunas,
nosotros te esperamos, quise decir resistimos,
solo resistimos a que otro día avance acomodándose sin ti,
y a que el dolor sea amable y siga cayendo a gotas para no desintegrarnos.

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