Espera frente a la luna.



 Primer momento.  


Iniciaron los cantos femeninos. Junto al despertar de las musas apareció un sollozo que cantó: ¡Oh distancia! La distancia siembra incertidumbre, la incertidumbre de  la incorporeidad, la incertidumbre que da un mensaje a medias, un mensaje sin sonido musical, un mensaje sin olor corporal, sin gesto genuino. La distancia nos convierte en dos fantasmas penando en su propio mundo desconocido, dónde ninguno de los dos existe al tacto. “Llegará el tiempo” es la frase que alivia los días  tristes. Llegará el tiempo de regresar al punto central de la espiral que íbamos construyendo. ¿Y si no llega? Si no llega, llegará el consuelo: un rebozo abrigador que la vida teje con esmero para las almas solas que le dedican una canción. 


Segundo momento. 


Las cúpulas de la ciudad se preparan, otro mes de luna iluminará la redondez de su cuerpo y adornará de plata la antaña blancura que idearon sus presos.  Al extenderse la noche me senté sobre la cúpula como cada martes mientras espero el turno de cantar. Ahí me siento a esperar al amor con un húmedo desasosiego, húmedo pero secreto- nadie se puede enterar que lloro porque ni yo comprendo el precoz dolor que atraviesa la fuerza que poseo-. Sentada sobre la cúpula podría esperar más tiempo si de fondo alguien cantara “silencio nocturnal, guiño de estrellas, mueca de luna llena de ironía, el espíritu asecha con las huellas que le dejara sor melancolía…”. Seguramente Manuel M. Ponce esperó despierto a que avanzaran los extensos meses aletargados que avivaron en él el deseo de remontar al cielo en una canción.
La contemplación estelar se alargó, me perdí en la nebulosa capa nocturna hasta que el piano tocó la nota inicial que me hizo volver al mundo. 


Tercer momento.


Camino a casa mientras canto despacito para que el canto se quede adentro porque afuera hace frío. Tarareo una canción que no termino, y en las caminatas le acomodo los acentos a las notas para imaginarme el amor en muchos sonidos.
Casi llega el invierno, la noche llega pronto y aunque se van rápido los días cada día te echo de menos. Cada día hay un episodio nuevo que me gustaría contarte pero de lo que cuento sólo una tercera parte son palabras y el resto lo dice el cuerpo. Cada día tengo muchas sonrisas con las que quiero endulzar tu café negro. Cada día persiste la intención de crear unas frases cantadas que intuyo que aparecerán a tu regreso. Cada día evito pensar cuánto tiempo se puede amar a distancia, sea a un fantasma o a un recuerdo. Cada día me arriesgo a caminar hacia ti sobre la cuerda temporal que nos tiene lejos. Cada día le pido al universo que te haga regresar si tú me ofreces un amor sincero sin el antifaz del miedo. Cada día me recuerdo sentada frente a la ventana de la casa vieja siguiendo los rayos de la luna y sus reflejos en los rosales blancos. Ahí soñé el amor plateado que comencé a pulir hace varios años y que quiero vivir en tus brazos si no olvidas volver.

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