Su voz, nuestra voz.


Todos hablamos lo que ella calla, esa es su magia.
Su lenguaje es cerrar la boca y abrir los ojos,
es dejarnos mirar detrás de un rostro normalizado
un dolor interminable.
Cada momento en el que ella guarda la compostura,
en el que contiene el llanto,
en el que no se echa a llorar desparramada sobre el suelo,
nosotros desdoblamos el dolor.
Cada momento en el que guarda esa intimidad desesperada
todos nosotros sentimos la cuchillada de su discreción, y
entonces le dedicamos una canción,
una danza, un gesto, una metáfora.
Ella posee una coraza con la que se defiende de todas las agujas que la ausencia de su padre lanza contra ella.
Golpeadas en la muralla, las agujas se dispersan en todas direcciones
y es cuando todos nosotros, heridos, alzamos las voces para decir
de tantas modos que estamos incompletos.

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