El jardín de todos
Dicen que la vida corre por mis
venas.
La muerte hace caminos
con las misma prisa.
Frente al ataúd somos lodo y
piedras
por donde pasa la tormenta en plena
furia.
Supe de tu muerte en un sueño,
te llame para decirte:
“Papá no te mueras”.
Reíste despreocupado,
esperando sin miedo.
La muerte perforó mi descanso noche
a noche,
con la piel destejida aguardé en
silencio.
Los poemas sombríos siguieron mis
pasos:
Flores blancas albergan el nido,
con sus alas vuelan sobre poca
altura,
tocan el suelo cuando el viento frío
trae el otoño con sus libres olas.
La muerte será el jardín de todos,
albergaremos la tierra con raíz
nocturna,
crujirán los recuerdos como secas
hojas
en el eco lejano de un dolor profundo.
Muchos mitos nos acompañan
para entender qué haremos al ver la
tumba:
Si vives allá ¿De allá compartes?
Si dejas de ser ¿En la
nada exultas?
Al hacernos nacer ¿En la mar te
expandes?
Si dejas de reír el silencio asusta.
Levanto tu amor en los altares de la
memoria,
con un racimo de horas ofrezco el
luto.
¿Qué más te puedo yo dar
desde esta altura
si navego por ríos rápidos de agua
turbia?
Veo pasar los días hasta cumplir
tres años.
¿Dónde estas?
Sufro menos cerca del mito: ¡Estas!
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